Ospinas & cía. s.a. llegó a la década de los cincuenta con una vasta experiencia en el desarrollo de trabajos de urbanización, en proyectos residenciales de clases media y alta, y con un reconocimiento de calidad por obras como el Seminario Mayor. Fue entones cuando se iniciaron las negociaciones con Mercedes Sierra, ahora viuda de Pérez25, quien como única dueña de los terrenos de la hacienda Chicó Grande o Saiz, decidió urbanizarlos en forma fraccionada. Con este fin, creó la sociedad Urbanización El Chicó Ltda., en la cual, como en las demás urbanizaciones, Ospinas trabajó como accionista y nunca como propietario del terreno. Esta operación fue de gran importancia para la firma, al convertirse en uno de los mejores negocios del momento, gracias a la localización del predio y a las condiciones del terreno que hicieron que se valorizara rápidamente y despertara el interés de muchos inversionistas que entendieron sus posibilidades económicas.
José María Sierra (1848-1921) había comprado este terreno en 1911 a la familia Saiz26 en $34.000, compra por la cual se le criticó al considerarse que ésta era una “finca de tierras malas”. Para calificar su decisión es necesario recordar que frente a esta crítica “don Pepe” respondió que, por un lado, lo que él había comprado no era propiamente la tierra, sino el agua de la quebrada El Chicó, que la tierra se la habían encimado, y que emplazaba a sus críticos para que dentro de dos años le fijaran el valor a dicha tierra27. Precio que por supuesto, con el pasar de los años, tuvo una valorización que ni el mismo Sierra habría soñado. Pero éste no fue el único terreno que compró en la zona. Dos años más tarde, en 1913, adquirió la hacienda Chicó Chiquito por $20.000 a Amelia Fernández de Manrique. Ambas haciendas tenían como límite oriental los Cerros, y occidental el “Camellón”, actual autopista Norte, y como lindero común la quebrada El Chicó, que era el límite norte de la hacienda Chicó Grande y el sur de la hacienda Chicó Chico. Esta última limitaba al norte con la hacienda Santa Ana, de propiedad entonces de Jorge Vargas, y la Chicó Grande limitaba al sur con la quebrada La Cabrera. Con estas adquisiciones, Pepe Sierra demostró así su visionario carácter de inversionista. Apostó a que la ciudad crecería hacia el norte y con estos vastos terrenos aseguró el futuro económico de sus hijas, a quienes se los legó al morir en 1921. De esta manera, Mercedes Sierra heredó la hacienda del Chicó Grande o Saiz, y Clara, el Chicó Chico, como parte de sus bienes de mayor valor.
La primera y principal etapa de la urbanización El Chicó se desarrolló desde la avenida séptima hasta la autopista Norte, en sentido oriente-occidente, y desde la calle 88 hasta la calle 92A, en sentido sur-norte, y aunque la sociedad Urbanización El Chicó Ltda. se creó en 1950, con la anuencia de Mercedes Sierra, la urbanización sólo se inició con la venta efectiva de los primeros lotes siete años después. Esta situación quizá pueda explicarse por la espera del desarrollo de obras de infraestructura por cuenta del municipio, las cuales eran necesarias para poder dar paso a una urbanización de tal dimensión, y por la muerte de Mercedes Sierra en 1953, situación esta última que generó demoras por la ejecución de su testamento y definición de los herederos de la sociedad.
En 1957 se dio inicio a la urbanización El Chicó, que incorporó al urbanismo elementos nuevos para la transformación de la ciudad y se presentó como la oportunidad de generar un modelo de urbanización de alto nivel, con estricto sentido residencial, lo cual se pudo asegurar mediante la reglamentación municipal, que impedía en esta urbanización casas de más de dos pisos y usos diferentes de la vivienda. Esta normativa llevó a la creación de zonas comerciales, apareciendo los primeros centros comerciales, entre los cuales el de El Chicó (1959) fue el primero, siendo más que un centro comercial un supermercado de abastecimiento para la urbanización. Su diseño corrió por cuenta de la firma Valenzuela y Roca, y en su momento lo describieron de la siguiente manera: “Es un centro comercial para el barrio de El Chicó y está compuesto por un amplio supermercado dotado de todos los servicios y por varios locales. La solución estructural adoptada consiste en una cubierta formada por membranas plegadas y con dos alturas diferentes: una para el supermercado y la más baja para los locales, ya que según las exigencias de cada negocio es posible obtener la solución ideal para el caso respectivo. Con la realización de este proyecto, uno de los más modernos barrios residenciales de la capital tendrá para su abastecimiento un importante núcleo comercial y al mismo tiempo la ciudad contará con otra obra arquitectónica de interés”.
Además de la presencia del centro comercial, la urbanización introdujo cambios en el diseño, a cargo de Delfín Acosta, quien también hizo de modo alterno los proyectos para otras urbanizaciones de la firma, entre ellas Gran América (1957). En la urbanización para El Chicó, Acosta planteó una nueva jerarquización de vías, así como la presencia de zonas verdes continuas de un extremo a otro de los trazados. El uso de vías discontinuas (para evitar el tránsito a gran velocidad y obligar a efectuar recorridos deliberadamente tortuosos), el empleo de vías de penetración sin salida (cul-de-sac o volteaderos) que había utilizado Brunner en el Bosque Izquierdo y la incorporación de parques en proporción al área de los lotes diseñados. En general, la baja densidad propuesta, y su consecuente ocupación de los lotes, junto a la existencia de abundantes zonas verdes, en parques y paramentos de los predios, la presencia de senderos peatonales discontinuos que permiten recorridos entre manzanas y restringen la presencia de automóviles en todas las áreas libres del barrio, son las principales características que hacen de la urbanización El Chicó un proyecto valioso para la ciudad.